Vuelta al mundo. Capítulo 9
25 de septiembre
Tal y como venía anunciando la temperatura y la sensación de humedad de los últimos días, hoy por fin alcanzamos el Caribe.
Hicimos tierra en Antigua, poco después de amanecer. Según nos dirigíamos a la isla, desde el barco se divisaban perfectamente las bahías de la isla, donde antaño se refugiaban barcos piratas a beber ron, protegidos de los elementos. Después del confortable desayuno con Altamirano, el simpático camarero que nos atiende, nos dirigimos a tierra.
Un grupo “reggae” nos recibe en el puerto. Me pareció raro. Parecería que habíamos desembarcado en Jamaica. Esta parte del Caribe no habla español. A pesar de que se ven rastas por las calles centrales de la isla, más propias de la gran Antilla Jamaicana, Antigua tiene la personalidad más propia de una colonia inglesa que de éstas modas.
Llamada la Isla de las 365 playas, sus habitantes presumen de tener una para cada día del año. El trayecto en autobús deja ver casas de colores y exuberante vegetación. Choca que conduzcan por la izquierda. Un atisbo de su carácter inglés.
Paramos en Turner Beach.El color turquesa de sus aguas no decepciona. El Caribe nos enseña todo su esplendor. La estampa es digna de una postal. El delicioso Punch Ron que nos obsequian cierra el círculo. Nos recostamos a disfrutar del entorno.
El primer chapuzón en las templadas aguas, apacigua el calor. Los tonos azules y verdes del agua, en combinación con las palmeras llenan mi cámara de fotos.
La llamada para el tour por la isla nos saca de nuestro ensimismamiento. El autobús nos conduce ladera arriba. Vemos muchas plantaciones de Piña Negra, una variedad de la isla que tarda 18 meses en crecer. Además hay Tamarindos, plátanos…
Seguimos subiendo hasta llegar a Fort Charles. No apetece salir del aire acondicionado del autobús, pero la promesa de una vista increíble nos hace bajar. Bellísimo. La fotografío y la compro en varias postales para enviar.
Seguimos hacía el astillero de Nelson por carreteras empinadas. La guía habla. Es la hora de la siesta y apremia una cabezada, pero la vista por la ventana es muy linda, y me atrapa con sus casas viejas de colores llenas de flores.
Según descendemos hacia el barco, la isla se va haciendo más inglesa. Antes de llegar al barco, compramos unas postales y las echamos en un buzón de correos. ¿Llegarán?
Subimos al barco para despedirnos de Antigua. Con veinte minutos de adelanto, el barco zarpa. Desde el piso 11, el sol se pone y despedimos otro día más al son de Bocelli.
Simplemente perfecto.
26 de Septiembre.
Hoy toca Santa Lucía. Tenemos contratado un transfer a Pigeon Island. Así que, después de desayunar, nos dirigimos al bar Electra para esperar la salida. En el último momento, se unen a nosotros Pepe, Tomás y Juan. Hemos hecho una buena camaradería y después de contarles el éxito de la excursión de ayer, se apuntan a la salida.
Nos apiñan en un minibús. Atravesamos la isla. La vegetación es muy similar a la de ayer, pero esta isla es mucho más inglesa y pija que Antigua. Si no fuese por las lindas playas, no creería estar en el Caribe.
La gente no sonríe ni lleva la música en las venas. Las casas, perfectas y ordenadas, los centros comerciales y los Resorts, forman parte del paisaje. Una autovía nos cruza al otro lado de la isla.
Llegamos a Pigeon. Una playa caribeña con un chiringuito de madera bastante destartalado nos recibe. El sitio no es ni cómodo, ni elegante. Un poco decepcionados, pero divertidos, tomamos una mesa, la única, por asalto. Llama la atención que la escala social de la isla de ayer, que era ninguna, nos ofreciera una playa y un chiringuito mil veces por encima de las posibilidades del de hoy.
Nos sentimos decepcionados, pero hacemos de la necesidad virtud y nos sentamos a tomar la primera ronda de Pitón, la cerveza local.
Sorprendentemente, el cutrechiringuito Agnes, tiene wi-fi. Sacamos todos los dispositivos y nos ponemos a ello. Entre rondas de Pitón y bañitos caribeños, transcurre muy animada, la mañana.
El pequeño y repleto minibús nos devuelve al barco. Nos detenemos un rato el Duty Free a comprar camisetas, imanes y postales.
No sin mucho esfuerzo, porque la gente no parece estar interesada en hacerte ningún caso, y menos en ayudarte, conseguimos comprar sellos y echar en un buzón dos postales.
Subimos al barco y comemos. No ha sido el día perfecto, pero el rato de charla playera ha sido muy agradable.
Mañana será otro día. Tendremos Catamarán.