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Martinica y Guadalupe, dos joyas francesas en tu crucero por el Caribe

Cruceros hay muchos y de muchas clases diferentes, pero si hay uno que va a cumplir con creces tus expectativas, ese va a ser un crucero por el Caribe. Uno de los mares más deslumbrantes del planeta y que todavía guarda joyas ocultas como son, en este caso, dos islas que pertenecen a Francia: Martinica y la isla de Guadalupe.

Ambas se sitúan en una zona de pequeñas y encantadoras islas como Dominica, Montserrat, Santa Lucía o St. Marteen, pero en esta escala del crucero, son las galas Martinica y Guadalupe las que ocupan estas líneas.

Martinica, encanto y glamour con sabor criollo

Salvaje y pausada al mismo tiempo, con marcado acento criollo y el buen hacer de sus orígenes franceses, así es la Isla de Martinica, un pequeño jardín que los franceses todavía conservan en las cálidas aguas caribeñas.

Empezando por su bonita capital, Fort-de-France, en un paseo por su centro histórico o su Parque de La Savane, donde la estatua de la Emperatriz Josefine luce en forma de pintadas y amputaciones todo el malestar que genera su presencia. Que defendiese a ultranza la esclavitud no ayuda a que sea bien recibida.

Tomando rumbo al sur, las playas de aguas cristalinas aparecen casi sin esperarlo, una detrás de otra, cada una mejor que la anterior. El Caribe alcanza su máximo esplendor en las bonitas playas de Anse Noire y Anse Dufour, donde es posible toparse con enormes tortugas marinas alejándose unos pocos metros de la orilla.

Muy cerca, en la Pointe du Bout, buenos restaurantes donde comer una deliciosa crepe o alegrar el cuerpo con un ti punch, una bebida tradicional a base de ron, son la antesala de unas bonitas y diminutas playas de aguas turquesas con vistas a al extremo opuesto de la isla.

Y con todo, todavía no has llegado a la postal perfecta de Martinica, la Playa de Grande Anse de Salines, cuya estirada línea de altas palmera y su arena casi blanca contrasta con el agua más transparente que uno puede imaginar. 

Si coges el coche y vas hacia el extremo oeste de la isla, puedes hacer una
parada en la antigua productora de ron, la Habitation Clément, para conocer todos los secretos de esta popular bebida caribeña, antes de llegar a la escarpada Península de Caravelle, que esconde algunos de los secretos
mejor guardados de Martinica.

Si, por horarios, tu crucero te permite disfrutar de la puesta de sol antes de
volver a embarcarte, en Martinica existe el lugar perfecto para ello, aunque
deberás poner dirección al norte y cruzar el pueblo de Saint-Pierre, con unas sensacionales vistas del volcán Monte Pelée, cuya cercanía nos recuerda la trágica erupción que sepultó el pueblo en 1902 y que todavía se recuerda como una de las más letales de la historia.

Siguiendo el camino hacia el norte, por fin llegas a la Playa de Anse
Couleuvre, un paraíso al más puro estilo antillano, salvaje y solitario, en el que las tortugas nadan a su antojo y el sol se pone desplomándose sobre el mar.

Isla de Guadalupe, la belleza más salvaje del Caribe

Toda escala puede parecerte corta, pero en isla Guadalupe esta sensación se
acentúa, ya que son incontables los rincones con los que la isla espera al
viajero.

La isla, con una peculiar forma de mariposa, divide su territorio en dos partes, cada una en una de las alas de esa especie mariposa: Basse-Terre, más salvaje y agreste, y la Grande-Terre.

Con la vista puesta siempre en el imponente Volcán de La Soufrière, que
ejerce de vigilante desde su posición en la Basse-Terre, se puede empezar por esta parte de la isla para conocer lugares como la Route de la Travesée, una ruta por carretera que se adentra en la espesa selva caribeña de la isla.

Desde allí, siguiendo en dirección sur, aparecen los Chutes de Carbet, una
serie de tres cascadas que aparecen majestuosas en mitad de la espesura. Los 115 metros de caída de la cascada más alta la convierten en una de las más espectaculares y grandes del Caribe.

Siguiente la carretera, uno se acerca ya a las magníficas playas de la costa
oeste de la isla de Guadalupe. La primera, la playa de la Malendure, se sitúa
frente a la fascinante reserva submarina Cousteau, denominada así por las
pioneras investigaciones submarinas que hizo aquí el famoso científico.

En la ruta hacia el norte, aparece la pedregosa Anse Caraïbe, el prólogo
perfecto al final de ruta por la Basse-Terre, donde aparece en pleno norte y tras cruzar el bonito pueblo de pescadores de Deshaies, la Playa de la Grande Anse, un paraje que cumple todo lo que uno puede esperar de una playa caribeña: arena fina, agua transparente y una puesta de sol de ensueño.

En el otro ala de la isla mariposa, en territorio de la Grande-Terre, se encuentra una de las playas más bonitas y delicadas de la isla, la preciosa playa de Saint-Anne, donde las aguas turquesas son tan despampanantes que uno se quedaría allí de manera permanente.

Y aunque no sea para siempre, sí que puedes acercarte al cercano pueblo
de Saint-François, comprar un zumo de frutas tropicales recién exprimidas y unas accras, y tumbarse bajo una de sus palmeras.

Ya de vuelta al crucero, puedes hacer una parada en el Memorial ACTe, un
gran museo en la capital Pointe-a-Pitré, y acabar el día con una dosis cultural para entender los orígenes del Caribe, la mejor manera de acabar un día en la isla de Guadalupe y culminar la jornada antes de volver a bordo.

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